El programa presentado por Samanta Villar en Cuatro ha introducido un nuevo formato en España cuyo resultado no está siendo el deseado por su escasa audiencia. Hablo de 21 días, en la que la periodista, con la máxima de “no es lo mismo vivirlo que contarlo”, se introduce en el mundo del tema que quiere tratar. En mi opinión, aunque el formato, bien hecho, puede ser un buen producto (no periodismo de investigación), es sensacionalista y superficial. Villar habla los temas que trata desde dentro pero sin transmutarse como lo hacía el periodista alemán Gunter Wallraff en sus trabajos. Lo que produce un trabajo de denuncia, pero superficial y sensacionalista, a parte de las constantes lecciones de moralidad y ética que trata de dar la periodista y de creerse en posesión de la verdad. Acaba sucediendo que el grado de implicación en el trabajo es tan grande que no se toma una distancia mínima para analizar las situaciones, porque hay que recordar que se introduce en un tema determinado pero no como lo haría Wallraff. Por tanto deja de ser objetiva y entra en el campo del sensacionalismo. Para hacer este trabajo simplemente habría bastado con utilizar las armas del periodismo: las preguntas.
En una de las entregas de este programa, Samanta Villar convive como una chabolista con una familia de El Vacie de Sevilla. Convive 21 días con ellos, lo que le hace perder la distancia de objetividad al tratar con ellos, pero en ningún caso llega a sentirse o a ser una verdadera chabolista. El programa acaba con una demostración de ética que el público no necesita: “Para sobrevivir cuando no se tiene nada, hay que ser práctico y no pensar demasiado. Me he dado cuenta de que esta gente también tiene sentimientos”. Son obviedades que el público ya sabe y que no se necesita vivir junto a ellos durante 21 días para saberlo. Pero esto ocurre durante todo el programa. Hasta incluso ve normal que a la policía los vean como los malos de la película porque “siempre que aparecen por El Vacie es para llevarse a alguien”. O incluso llega a decir que “cuando eres pobre la higiene se vuelve un problema, es normal que no se laven y huelan mal”. Además, para dotar al programa de un mal gusto y sensacionalismo extremo, se graba orinando mientras dice que hace un buen día. Por tanto, me parecen un tanto irrisorios los programas de esta periodista que no descubren nada nuevo y que se podía haber evitado tener 21 días los ojos tapados para intentar vivir como un ciego para terminar diciendo que “cuando me taparon los ojos aprendí a ver las cosas”.
En una de las entregas de este programa, Samanta Villar convive como una chabolista con una familia de El Vacie de Sevilla. Convive 21 días con ellos, lo que le hace perder la distancia de objetividad al tratar con ellos, pero en ningún caso llega a sentirse o a ser una verdadera chabolista. El programa acaba con una demostración de ética que el público no necesita: “Para sobrevivir cuando no se tiene nada, hay que ser práctico y no pensar demasiado. Me he dado cuenta de que esta gente también tiene sentimientos”. Son obviedades que el público ya sabe y que no se necesita vivir junto a ellos durante 21 días para saberlo. Pero esto ocurre durante todo el programa. Hasta incluso ve normal que a la policía los vean como los malos de la película porque “siempre que aparecen por El Vacie es para llevarse a alguien”. O incluso llega a decir que “cuando eres pobre la higiene se vuelve un problema, es normal que no se laven y huelan mal”. Además, para dotar al programa de un mal gusto y sensacionalismo extremo, se graba orinando mientras dice que hace un buen día. Por tanto, me parecen un tanto irrisorios los programas de esta periodista que no descubren nada nuevo y que se podía haber evitado tener 21 días los ojos tapados para intentar vivir como un ciego para terminar diciendo que “cuando me taparon los ojos aprendí a ver las cosas”.
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